Ayelen ya no soportaba ser
tratada como un objeto. Estaba harta de que aquel chico la utilizase y jugase
con ella. Quería vengarse, quería hacerle sufrir y hacerle sentir lo mismo que
estaba sintiendo ella. Neyén recibiría su merecido.
Durante semanas Ayelen
estuvo planeando todo cuanto le haría. Estuvo encerrada en casa dibujando y
escribiendo todas las humillaciones que le haría vivir. También había estado
incomunicada para demostrarle a Neyén que no siempre estaría detrás de él como
pensaba. La joven quería humillarle, quería hacerle pagar por todo el
sufrimiento que había causado. Ayelen no soportaba ver como jugaba con cada
chica que se le acercaba. No le gustaba ver que las trataba como si de objetos
se tratasen, como si fuesen pañuelos que utilizas y luego tiras. Estaba harta
del comportamiento chulesco de Neyén y acabaría con él fuese como fuese.
El sábado llegó y Ayelen
lo tenía todo pensado. Aquel día la joven había llamado a Neyén y lo había
convencido para que acudiese a su casa a cenar. El chico accedió, pero lo que
no se esperaba era que aquella sería la última noche de su vida.
Neyén llegó a casa de
Ayelen, la cual lo recibió de muy buen humor. El muchacho entró en la casa y
pocos minutos más tarde comenzaron a cenar, ya que Ayelen tenía todo preparado
sobre la mesa para ello. Comenzaron a cenar, algo normal. Pero al cabo de diez
minutos Neyén se desmayó. La muchacha había echado somníferos en su vaso para
que la humillación diese comienzo.
Ayelen lo arrastró hasta
la puerta de la entrada del piso. Abrió la puerta y arrastró el cuerpo dormido
de Neyén fuera. Cerró la puerta y continuó arrastrando al joven por el pasillo
del edificio. Lo arrastraba con dificultad, ya que aquello era demasiado peso
para ella, pero logró desplazarlo hasta el ascensor. Pulsó el botón y aguardó.
Las puertas del ascensor se abrieron y Ayelen introdujo el cuerpo dentro. Entró
y pulsó el botón que los llevarías hasta el portal del edificio. Lo arrastró
por el portal hasta sacarlo a la calle. Lo dejó sobre la acera. Ayelen comenzó
a desnudar el cuerpo todavía dormido de Neyén. Una vez le quitó toda la ropa,
metió la mano en el bolsillo de su chaqueta y sacó unas cuerdas. Como puedo ató
a Neyén desnudo a una farola que había situada ante el portal del edificio
donde vivía la joven. Cuando lo tubo bien atado, se quedó sentada en la acera
esperando a que el joven despertase. Durante ese tiempo nadie pasó por aquella
calle. No solía ser un barrio muy transitado por el día y por las noches era
muy extraño ver a alguien por allí.
Neyén abrió los ojos y vio
a Ayelen sentada en el suelo, ante él, mirándole expectante. El muchacho estaba
aturdido, no sabía dónde estaba ni como había llegado hasta allí. Estaba tan
desorientado que tardó varios minutos en darse cuenta de que estaba completamente
desnudo y atado. No podía moverse. A penas ni podía retorcerse para intentar
soltarse. Ayelen se levantó de la acera y en la mano sostenía un cuchillo.
Neyén intento gritar, pero no fue capaz. No era capaz de emitir ningún sonido.
La chica se aproximó a él con pasos cortos pero firmes, mostrando el afilado
cuchillo que llevaba en su mano derecha. Se acercó a Neyén y le susurró al oído
“Vas a pagar por tanto sufrimiento causado”. Hizo un pequeño corte en el pecho
desnudo del joven. Ayelen observó con atención como la sangre comenzaba a
brotar de aquel corte. Después continuó haciendo cortes. Heridas que junto con
la primera que había hecho formaban una palabra. La palabra “putero”. Pero
aquello no era suficiente para saciar la sed de venganza de Ayelen. La chica
continuó haciendo cortes por el cuerpo desnudo de Neyén mientras este iba poco
a poco perdiendo la vida. En un arrebato de ira, Ayelen cogió el cuchillo y lo
acercó a la cintura de Neyén. “Te voy a cortar ese miembro que tanto aprecias y
que tanto dolor causa a la vez”. Bajó el cuchillo unos centímetros y cortó el
pene de aquel muchacho. Neyén logró emitir un sórdido grito. Unos veinte
minutos más tarde de aquel corte, murió. Pero aún estando muerto, Ayelen siguió
causándole numerosas heridas por todo el cuerpo. Después de muerto le cortó la
cabeza, le cortó el pecho hasta conseguir arrancarle el corazón y le amputó las
manos.
Ayelen cogió las partes
extraídas del cuerpo y se las llevó a su casa. Las colocó sobre la mesa y
sentada en el sofá las observó mientras se fumaba un cigarrillo. Acabó de fumar
y estando todavía impregnada de sangre, cogió el teléfono. Marcó el número de
la policía.