domingo, 26 de junio de 2011

1º Capítulo de "Encerrado En Una Carta": "El Despertar"

Era una fría y oscura tarde de invierno. Era viernes 12 de diciembre y Ángel regresaba a casa tras un intenso día en el instituto. El joven caminaba con paso firme y sin pausa mientras escuchaba música por los auriculares que llevaba en sus orejas y que estaban conectados al mp4 que tenía en el bolsillo derecho delantero de su pantalón. Tras llevar caminados algo más de 900 metros, Ángel se detuvo. Se paró ante una tienda de cosas de segunda mano que se encontraba a unos 500 metros de su casa. Se quedó totalmente quieto ante el escaparate. Algo le llamó la atención de él, algo que le impulsó a entrar en la tienda. Abrió la puerta con un suave empujón, entró en el local y dejó que la puerta se cerrase sola. Un pequeño tintineo de campanas se oyó tras el golpe que indicaba que la puerta se había cerrado. Ángel miró hacia arriba y vio unas pequeñas y alargadas campanillas de metal que sonaba al ser rozadas por la puerta. Tras esa observación, se dirigió al mostrador donde se encontraba el empleado de la tienda mientras miraba con total atención todos los objetos de su alrededor. Se colocó ante el mostrador y miró fijamente al chico que se encontraba tras él. Era un muchacho que aparentaba unos 25 años de edad, de piel oscura, de aproximadamente metro ochenta de altura, pelo castaño y corto, una barba larga con pequeños toques pelirrojos y ojos color marrón. El empleado al ver que Ángel tan sólo observaba, le habló:
-         Chaval, ¿puedo ayudarte en algo?
Antes de contestar, Ángel continuó observando al hombre. Vio que en su jersey de color verde llevaba una placa identificativa. En ella ponía su nombre, Adolfo. Tras leerlo se sacó los cascos de las orejas y respondió:
-         Sí. Verás… me gustaría saber el precio de un libro que tenéis en el escaparate. –
-         ¿Recuerdas el título? Así puedo verlo ya en la base de datos que tenemos en el ordenador. –
-         Sí. El título es “Scannar y sus poderes”. La portada es de cuero marrón algo desgastado y tiene el dibujo de un caldero color cobrizo. –
-         Sí, aquí lo tengo. Su precio es de 5’99€. ¿Te interesa? –
-         Sí. Me lo voy a llevar, gracias. –
Adolfo salió de detrás del mostrador y se dirigió al escaparate para coger de él el libro que Ángel le había pedido. Ángel le observaba mientras sacaba su cartera del bolsillo trasero derecho de su pantalón esquivando la mochila que llevaba a la espalda. Observó que Adolfo llevaba unos pantalones del mismo color que el jersey, algo que no había percibido antes ya que al joven sólo se le veía de cintura para arriba. Dedujo que era el uniforme de la tienda.
El empleado regresó con el libro en la mano y se colocó de nuevo tras el mostrador. Tecleó algo en el ordenador y sacó un ticket de una máquina situada al lado izquierdo del teclado. De debajo del mostrador cogió una bolsa de color verde que tenía escrito con letras grandes y negras el nombre de la tienda. Dentro de la bolsa colocó el libro y el ticket, después la dejó sobre el mostrador y le dijo a Ángel:
-         Son 5’99€, muchacho. –
Ángel abrió la cartera y de ella sacó un billete de 5€ y una moneda de 1€. Se lo entregó a Adolfo mientras volvía a guardar su cartera en el bolsillo derecho trasero de su pantalón. Tras guardarla cogió la bolsa y le dijo a Adolfo:
-         Quédate con el cambio. Chao. –
Ángel salió de la tienda volviendo a escuchar el tintineo de las campanillas tras el cerrar de la puerta. Se detuvo un momento ante la tienda, se colocó de nuevo los cascos en las orejas y continuó su camino. Caminó durante 500 metros hasta llegar a su hogar. A mitad de la calle se paró ante un gran portalón blanco y sacó de su bolsillo delantero izquierdo unas llaves. Eligió la llave adecuada y la introdujo en la cerradura. El portalón se abrió y Ángel entró. Cerró la puerta blanca y caminó por un sendero de piedra que atravesaba un amplio jardín y que llevaba a la puerta principal de la casa. Una casa de dos pisos de color rojo en el exterior. Ángel recorrió todo el sendero y se detuvo nuevamente, esta vez ante una puerta de madera. Seleccionó otra llave de su llavero y la introdujo en la cerradura. Abrió la puerta y entró en el interior. Se sacó la mochila negra que llevaba a la espalda y la dejó junto al perchero que había al lado derecho de la puerta. Cerró la puerta y se sacó la chaqueta gris oscuro que llevaba puesta y la colgó del perchero. En la mano derecha continuaba llevando la bolsa verde.
Caminó en línea recta hasta llegar al salón donde se encontraban sus padres viendo la televisión. Ambos estaban sentados en un sofá de color azul. Ángel, nada más verles, les habló mientras se quitaba los auriculares y apagaba el mp4.
-         ¡Hola! –
-         ¡Hola hijo! ¿Qué tal en el colegio? – preguntó su padre.
-         Bien, el lunes tengo examen. Y ahora me voy a leer un libro que he comprado. Cuando sea la hora de cenar avisarme, por favor. –
Sus padres asintieron con un movimiento de cabeza y continuaron viendo la televisión. El joven atravesó el salón por detrás del sofá y pasó por delante de una puerta que estaba cerrada. Al lado había unas escaleras y al lado derecho de dichas escaleras estaba la cocina. Ángel entró en ella y cogió un vaso, el cual llenó con agua. Salió de la cocina y subió las escaleras. Al llegar al final de ellas, en un largo pasillo, giró a la izquierda. Caminó por el largo y estrecho pasillo. En la blanca pared se veían fotos y cuadros colgados. En el suelo no había alfombras, sólo el parqué color marrón oscuro que Ángel pisaba. Llegó al final del pasillo y abrió una puerta. Entró. Era su habitación. El cuarto tenía la pared pintada de color azul, frente a la puerta había una venta y debajo de ella estaba el escritorio. Cerró la puerta y caminó de frente. Ángel dejó la bolsa y el vaso sobre el escritorio. Entonces, abrió el ordenador portátil que tenía sobre la mesa y se sentó en la silla que había ante ella. Se sacó el mp4 que llevaba en el bolsillo y lo puso junto al vaso. Cogió la bolsa y sacó el libro de dentro. Lo colocó de nuevo sobre la mesa y tiró la bolsa en un cubo azul que había bajo el escritorio. Se estiró en la silla y observó que el ordenador ya estaba encendido. Abrió una carpeta del ordenador y puso música. Cogió el libro y se fue a la cama, que estaba situada detrás del escritorio un poco más hacía la derecha. Se sentó en la cama y dejó el libro sobre ella. Se agachó, se desató los cordones y se sacó los tenis negros que llevaba puestos. Se tumbó en la cama y, una vez más, cogió el libro. Lo observó durante un instante. Lo abrió por la primera página y comenzó a leerlo.
Ángel estaba tan concentrado leyendo que no se dio cuenta de que su madre le estaba llamando desde el final de la escalera para que bajase a cenar. Su madre, al ver que Ángel no respondía, subió las escaleras y se dirigió al cuarto de su hijo de 17 años. Con los nudillos dio dos golpecitos en la puerta. El muchacho oyó los golpes y reaccionó. Dejó el libro abierto sobre la cama. Se levantó y fue hacia la puerta. La abrió y dijo:
-         ¿Qué pasa mamá? –
-         Cariño, a cenar. Tienes la música tan alta que no escuchas. –
-         Perdón, ahora saco la música y bajo a cenar. –
Su madre se dio la vuelta y se fue. Ángel se dirigió a su escritorio. Cerró el programa con el que reproducía música en su portátil y apagó el ordenador. Salió de la habitación dejando la puerta abierta y bajó las escaleras situadas a la mitad del pasillo. Las bajó y al final giró a la izquierda, entrando así en la cocina. Allí le esperaban sus padres para cenar. Ángel observó la mesa. Su padre estaba sentado en una de las puntas y su madre en la parte de al lado, frente a ella, estaba la silla en que habitualmente se sentaba él. El muchacho caminó y se sentó. Ante él tenía un plato, un vaso y los cubiertos necesarios para comer la carne con patatas que su madre había preparado. Su madre cogió el plato de su marido y le echó la cena. A continuación se sirvió a ella y por último dijo:
-         Ángel, cariño. ¿Te sirvo? –
-         Sí, por favor. – respondió el adolescente mientras alzaba su plato.
Observó fijamente como su madre le servía un pedazo de carne y unas pocas de patatas. Tras estar todos ya servidos, comenzaron a cenar y a mantener una agradable conversación familiar.
Pasó el tiempo y Ángel ya estaba ayudando a su madre a recoger todo lo que se había utilizado en la cena, mientras su padre veía un combate de boxeo en el salón. El chico ayudó hasta que la cocina quedó completamente limpia. Después, volvió al piso de arriba y encerró de nuevo en su cuarto. Allí cogió el libro que había dejado abierto sobre la cama y vio la hora en el reloj que llevaba en la mano izquierda. “Las 12:00 pm, es hora de acostarse”, pensó. Se dirigió a su escritorio y abrió una pequeña caja de madera que en el exterior tenía tallado su nombre. De dentro cogió un pedazo de cartón rectangular con el dibujo de un guerrero y lo colocó en el libro que todavía tenía en la mano. Lo usó como marca páginas. A continuación dejó el libro en una estantería que había sobre su cama. Lo colocó entre los muchos libros que allí tenía. Se sacó el reloj de la muñeca y lo dejó sobre el escritorio,  junto al vaso todavía lleno de agua. Se dio la vuelta y fue al armario situado al lado izquierdo de la puerta. Lo abrió. De él cogió una camiseta blanca y un pantalón corto azul. Se cambió de ropa. Dejó las prendas que se había quitado colgadas de la silla que había ante su escritorio y se metió en la cama. Cerró los ojos e intentó dormir. Cuando comenzaba a quedarse dormido, en el exterior de la casa empezaba a llover con fuerza y a tronar. Ángel se durmió.

Un pitido se oyó en el cuarto. Ángel abrió los ojos y extendió su mano hacía la derecha para apagar el despertador que tenía sobre el escritorio. Se puso cómodo en la cama y se dejó estar durante un instante en ella. Al cabo de unos minutos, sentó en la cama y vio la  hora en su despertador. Marcaba las 11:00 am. Salió de la cama y se dirigió al armario. Lo abrió. Cogió de dentro una toalla, ropa interior, unos pantalones y una camiseta. Salió de la habitación y entró en el cuarto de baño que estaba al lado derecho. Dejó allí la ropa, sobre el mueble donde estaban todos los utensilios necesarios para la higiene. Regresó a su habitación y cogió la ropa sucia que la noche anterior había colgado de la silla. Volvió al cuarto de baño y allí la metió dentro de un cesto que había al lado izquierdo del mueble. Era el cesto de la ropa sucia. Se dirigió a la ducha, que estaba situada frente al mueble. Se quitó la ropa, la metió en el cesto y se duchó.  Tras una rápida ducha de agua caliente, Ángel salió. Se secó con la toalla que había llevado y se puso la ropa que había dejado sobre el mueble. Una vez vestido, limpió el baño y echó la toalla en el cesto de la ropa sucia. Salió del cuarto de baño y entró de nuevo en la habitación. Cogió del escritorio su reloj de pulsera y se lo colocó en la mano izquierda. Cogió también el vaco con agua que había cogido el día anterior y salió de la habitación. Recorrió la mitad del pasillo y bajó las escaleras. Al final giró a la izquierda y entró en la cocina. Dejó el vaso con agua sobre la mesa y fue hacia la nevera. La abrió y de ella cogió un cartón de leche. Cerró la nevera y dejó la leche sobre la mesa. Después abrió un armario y de él cogió una taza. Ángel se preparó el desayuno y se lo tomó. Lavó y recogió todo, después subió al piso de arriba y entró en el baño. De un mueble cogió la pasta y su cepillo de dientes. Se lavó la boca. Guardó lo cogido y de n cajón sacó un peine. Mirándose al espejo todavía algo empañado por el vapor, se peinó y después guardó el peine en el lugar adecuado. Regresó a su cuarto e izo la cama. Cuando acabó observó algo en su escritorio, algo que no había percibido antes. Había una nota. Era de sus padres y ponía: “Hijo, hemos salido y no volveremos hasta la noche”. Ángel tiró la nota en la papelera de debajo de su escritorio. Vio la hora en su reloj. “La 01:00 pm, debería hacer la comida”, pensó el muchacho.

El reloj de pared de la cocina marcaba las 03:00 pm y Ángel ya había comido. Ahora estaba acabando de recogerlo todo. Finalizó su tarea y regresó a su cuarto. Entró en él y de la estantería de encima de la cama cogió el libro que había comenzado a leer. Lo cogió, se tumbó en la cama, lo abrió y continuó leyendo. En el exterior de la casa hacía un día frío, oscuro y con tormenta. Los relámpagos iluminaban las calles, pero Ángel estaba totalmente absorto en su lectura. Mientras leía jugaba con su mano derecha con el pedazo de cartón que estaba utilizando como marca páginas. La tormenta iba en aumento cuando sonó el teléfono. Ángel dejó el marca páginas en la página 113 y cerró el libro. Lo dejó sobre la cama y se puso los tenis negros que había en el suelo. El teléfono continuaba sonando de fondo. Fuera continuaba lloviendo y hacía tanto frío que algunas gotas comenzaba a convertirse en copos de nieve, pero que no llegaban a cuajar del todo. Si la temperatura continuaba bajando comenzaría, a nevar. Ángel salió de su habitación y se dirigió al teléfono más cercano, que se encontraba en la habitación de su padres al final del pasillo. Recorrió el largo y estrecho pasillo que comunicaba ambos cuartos. Entró en el cuarto y descolgó el aparato, que estaba colocado sobre una mesilla de noche situada al lado derecho de la cama de matrimonio que estaba en el centro del dormitorio.
-         ¿Sí? –
-         ¡Ángel! Soy Amanda. ¿Qué tal? –
-         ¡Hola Amanda! Bien. Estoy solo en casa y ahora mismo estaba leyendo un poco. –
-         ¿Tenías pensado hacer algo esta tarde? –
-         Con el día que está tenía pensado quedarme en casa. –
-         Genial. Pues voy a tu casa a las cuatro. He descubierto un juego de cartas muy interesante y creo que puede gustarte. En una hora estoy ahí, ¿vale? –
Ángel escuchaba con total atención lo que su mejor amiga le decía mientras observaba las cosas que sus padres tenían en el dormitorio. Observó los perfumes que su madre tenía colocados en el tocador que había delante de los pies de la cama y el espejo que había encima de dicho tocador. Miró las fotos que sus padres tenían de ellos por toda la habitación. Lo último que observó antes de responder a lo que Amanda le estaba diciendo, fue una foto que había junto al teléfono de cuando él era pequeño y se dio cuenta de que no conocía el lugar en el que estaba hecha. Entonces… respondió a su amiga:
-         Vale. Te espero. –
-         Chao. –
-         Hasta ahora. –
En el auricular pegado a la oreja de Ángel sonó un pequeño pitido que indicaba que su amiga había colgado el teléfono y que, por tanto, la conversación había llegado a su fin. Colgó el aparato y regresó a su habitación. Cogió el libro que había estado leyendo antes de la llamada y lo colocó en la estantería que había encima de su cama. Volvió a salir del cuarto y bajó las escaleras. Una vez en el final de las escaleras Ángel giró a la derecha y abrió la puerta de una habitación. Entró en ella. Dentro había una mesa de madera muy larga, varias sillas y las paredes estaban llenas                  de estanterías repletas de libros y cajas, tanto mueble a penas dejaba ver el color verde pistacho del cuarto. Sobre la mesa había múltiples cajas de juegos de estrategia y de rol a los que a él y a su amiga les gustaba jugar. Recogió todas aquellas cajas y la colocó en el hueco de una de las estanterías pegada a la pared verde. Tras haberlas colocado bien salió de la habitación dejando la puerta totalmente abierta y se dirigió a la cocina. Allí preparó unos platos con algo de comer, cogió dos vasos y una botella de zumo de naranja. Lo colocó todo sobre una bandeja y lo llevó a la habitación anterior, donde lo dejó sobre la mesa. En ese mismo instante sonó el timbre de la casa. Ángel se dirigió corriendo a la entrada principal y abrió la puerta. Amanda ya había llegado y había llegado hasta esa puerta porque sus padres debían de haber dejado abierto el portalón blanco del jardín. Ángel la observaba como si fuese la primera vez que se veían. Era una chica hermosa, alta, delgada, con la tez blanca, el pelo liso, muy largo y de color dorado, sus ojos eran de un marrón tan oscuro que apenas se podía diferenciar la pupila del iris. La joven llevaba puesto un pantalón de color violeta en el cual destacaba un cinturón de color negro, una camiseta negra con dibujos de estrellas del mismo color que su pantalón, una chaqueta abierta de color lila oscuro con letras chinas en color negro en el costado y calzaba unas botas parecidas a las de los militares. Estaba completamente empapada, la lluvia la había mojado por completo. Con un gesto, Ángel la invitó a pasar mientras observaba la pequeña caja que ella llevaba en la mano derecha. Amanda aceptó la invitación y entró, sonriendo a su amigo, en aquella parte de la casa que era la entrada principal. Una entrada que al lado derecho de la puerta tenía un perchero de madera de cerezo y al lado izquierdo un mueble del mismo material con un reloj de mesa, un teléfono inalámbrico y una pequeña lamparita. Junto al perchero estaba la mochila de Ángel, apoyada en la pared blanca y en el suelo de parqué marrón oscuro, el cual estaba por toda la casa. Amanda observó a Ángel mientras entraba sin decir nada, tan sólo mirándole y sonriéndole. Su amigo era un chico alto, muy delgado, con la tez pálida, de largos cabellos ondulados de color negro y unos ojos de un azul más clarito que el del propio cielo. En ese momento vestía unos pantalones vaqueros de color gris oscuro situados un poco más debajo de la cintura permitiendo ver parte de su ropa interior color azul oscuro, llevaba una camiseta completamente negra que le quedaba algo ajustada, sobre todo en los hombros y calzaba unos tenis del mismo color que sus pantalones. Tras las observaciones por parte de ambos adolescentes y después de que Ángel cerrase la puerta, el muchacho habló:
-         Amanda, estas empapada. ¿Cómo no trajiste paraguas? –
-         Ángel, ya sabes lo poco que me gustan a mí esos artilugios. Además, tan sólo es agua, no es nada del otro mundo. –
-         Pero puedes resfriarte. Ven. Te dejaré algo de ropa y pondremos la tuya a secar. Así estarás más cómoda. –
Ángel comenzó a  caminar. Amanda colocó la pequeña caja que llevaba en la mano sobre el mueble de la entrada y siguió a su amigo. Caminaron hasta las escaleras y las subieron. Arriba giraron en el pasillo a la izquierda. Amanda sabía que se dirigían a la habitación de su mejor amigo, ya que se conocía de memoria aquella casa. Conocía a Ángel desde los seis años y ya había pasado mucho tiempo en aquella casa. Sus padres eran amigos y ella solía ir a jugar a aquel lugar. Ahora, con 17 años, seguía acudiendo allí, ya que desde hacía años, Ángel era su mejor amigo. La joven no se equivocaba, Ángel entró en su habitación de color azul y se dirigió al armario. Lo abrió. De él cogió algo de ropa y se la dio.
-         Es ropa mía, así que te va a quedar grande. Pero por lo menos no estarás mojada y estarás más cómoda. Te espero abajo mientras te cambias. Si necesitas algo llámame. –
Amanda asintió con la cabeza y esperó a que Ángel saliese de la habitación. Cuando oyó el golpear de la puerta, colocó la ropa que su amigo le había dado sobre la cama. Se descalzó y se quitó la ropa mojada que llevaba puesta. La colgó de la silla que había ante el escritorio del cuarto y se puso las prendas que había dejado sobre la cama. Aquella ropa le quedaba muy grande, pero estaba más cómoda sin el peso que el agua le daba a su ropa. Antes de bajar, observó la habitación, aunque la conocía a la perfección, para ver si su amigo había hecho algún cambio en ella. De la estantería situada sobre la cama hubo algo que le llamó la atención. Uno de aquellos libros sobresalía de los demás. Dedujo que era el libro que le había dicho por teléfono que estaba leyendo. Se aproximó a la cama, alzó la mano derecha y cogió el libro de la estantería. Una vez lo tenía en la mano, observó con detenimiento la portada. Era un libro de cuero marrón gastado con el dibujo de un caldero color cobrizo dibujado bajo el título, que era “Scannar y sus poderes”.  Abrió el libro por y observó su contenido, lo cual la dejó anonadada. Aquel libro estaba escrito en algún tipo de idioma antiguo, las letras eran símbolos y Amanda no podía leerlo. Pasó páginas hasta llegar a la 113, que estaba marca por su amigo con un marca páginas. Símbolos, era todo cuanto había allí, pero eso no fue lo que atrajo la atención de la muchacha. Observó el marca páginas, un pedazo de cartón rectangular. Lo cogió en la mano y dejó el libro abierto sobre la cama. Aquel pedazo de cartón rectangular era una de las cartas que se utilizaban en el juego del que ella le había hablado por teléfono.
Ángel aguardaba con paciencia a que Amanda bajase. Mientras esperaba decidió ir a por la caja que su amiga había dejado en el mueble de la entrada cuando entró en la casa. Se dirigió a la entrada y cogió la pequeña cajita rectangular de madera que llevaba tallado el nombre de su amiga en la tapa. Una vez la tenía en la mano, regresó a la habitación y la colocó sobre la mesa. Ángel se sentó en una silla y observó la caja. Estuvo mirándola durante unos minutos y al final se decidió a abrirla. Dentro había cartas de cartón con dibujos e inscripciones. Cuando las vio, supo que aquellas eran las cartas que se utilizaban en el juego del que Amanda le había hablado. Cogió la primera carta y la miró con asombro. El dibujo de aquel rectángulo de cartón parecía completamente real. Era un enorme castillo que parecía pertenecer a la Edad Media, tenía tres altas torres y un enorme portalón de madera. Observó atónito el dibujo durante un rato muy largo y algo extraño empezó a suceder. Pero él estaba tan concentrado mirando aquel castillo dibujado en la carta que no se dio cuenta de que acababa de ser absorbido por él. Tras unos minutos, por fin alzó la mirada. Se asustó. Ya no estaba en la habitación de su casa, sino en aquel castillo medieval.
Amanda continuaba en el cuarto de su amigo. No comprendía nada. No entendía que hacía Ángel que con una carta de aquel juego. Pensaba. Entonces dejó caer la carta sobre la cama y observó con total detenimiento la habitación en la que se hallaba. Amanda sabía que si tenía aquella carta era porque de algún modo había descubierto el juego, pero… ¿cómo? Ella lo había descubierto a través de un foro de juegos de estrategia de internet al que ella estaba subscrita, pero su amigo no. Comenzó a decir todo lo que pos su mente se pasaba en voz alta:
-         Ángel no pudo descubrirlo en el foro, él no está subscrito. Entonces… ¿cómo lo descubrió? Si tiene esta carta… es por algún motivo. Quizá tenga más… Además, esta carta… no puede tener cualquiera… tan sólo la puede tener el ganador del campeonato anual. Eso significa que… -
La joven en ese mismo instante vio algo. Una caja rectangular de madera del tamaño de la carta con el nombre de su amigo tallado en la mesa. Estaba sobre el escritorio. Se acercó a la mesa, cogió la cajita y la abrió. Dentro había lo que ella esperaba.
-         Tiene más cartas. Y si tiene la otra… significa que… alguna vez a sido campeón  del juego. Pero… ¿por qué nunca me lo había contado? –
Sacó las cartas de la caja y las observó una por una, mientras las iba dejando sobre el escritorio.
-         Tiene muchas cartas que sólo se pueden conseguir mediante campeonatos… ¿Se ha estado presentando a ellos y no me lo ha dicho? ¡Oh! –
Algo la sorprendió. Una de aquellas cartas era especial. El color era diferente, las demás eran de color azul, salvo el dibujo y la inscripción, pero la que Amanda sostenía en sus manos no era azul.  Aquella era dorada y tenía el dibujo de un apuesto guerrero que sostenía la espada dorada del juego. En la inscripción ponía su nombre, Ser Astos.
-         Esta carta… ¡No! ¡No puede ser él! Pero… esta carta… sólo la puede tener… -
La chica no pudo finalizar la frase. Antes de acabarla, la carta de aquel guerrero la había absorbido. Amanda a penas se dio cuenta. Se desmayó al instante y cayó al suelo golpeándose levemente la cabeza. En su mano, todavía tenía la carta del guerrero que acababa de encontrar.

Firmado: Paloma García Villar
Vigo, Pontevedra

miércoles, 22 de junio de 2011

Quemaré

Mañana quemaré mis sueños en la hoguera. Dejaré el fuego los abrase. Dejaré que las llamas los conviertan en simple ceniza que el viento se lleve. Se irán mezclados con el humo y volarán. Se esfumarán. Echaré a la hoguera la música, la psicología, las luces, el sonido... Dejaré que las llamas quemen todos mis sueños, que se los lleve. Pero me quedaré con uno. Un sueño se salvará de ser abrasado y convertido en ceniza. No quemaré la escritura... ya que gracias a ella me mantengo más o menos cuerda. Lo demás... se esfumará mezclado con el humo y las cenizas...


Firmado: Paloma García Villar
Vigo, Pontevedra

martes, 21 de junio de 2011

Añoro la música

Añoro la música. Añoro aquellos días en los que cogía mi bajo y me iba a ensayar temas nuevos. Añoro coger el bajo e intentar componer.  Añoro aquellos días de máximo ajetreo para organizar un concierto. Añoro los sentimientos que estar sobre un escenario me provocaba. Añoro soñar con que algún día mi bajo y yo íbamos de gira, dar conciertos por todo el mundo y compartir escenario con los grandes.
 Añoro la música… Pero he aprendido que aquel era un sueño imposible que era mejor abandonar antes de que fuese demasiado tarde. Pero… lo añoro, lo extraño con todas mis fuerzas. Pero al menos lo intenté y me siento orgullosa de aquella época.

Firmado: Paloma García Villar
Vigo, Pontevedra

Recorrer Mundo

Viajar… Algo que me encanta y que hago muy poco. Quiero viajar e ir más allá de esta ciudad, recorrer mundo, descubrir nuevos lugares, nuevos paisajes y nuevas culturas. Quiero conocer lugares mágicos que me hagan sentir cosas que mi cuidad no es capaz de hacerme sentir.
Hay tantos sitios a los que quiero viajar… Me gustaría conocer U.S.A, Alemania, Rusia, Inglaterra, Finlandia, Noruega, Suiza, Tailandia, Japón, Irlanda, Barcelona, Madrid, París… Tantos sitios que quiero visitar y... nunca he salido de aquí, lo más lejos que he llegado ha sido Portugal.
Me encantaría coger una mochila, llenarla de cosas y subirme a un tren sin saber a dónde me lleva. Recorrer mundo con lo puesto y sin ningún tipo de preocupación…

Firmado: Paloma García Villar
Vigo, Pontevedra

Fotografía


Una foto, una imagen… algo tan simple que puede provocar tantas cosas en el interior de una persona. Suspiros, llantos, excitación, envidia, amor… Muchos sentimientos que se pueden sentir con el simple hecho de ver una fotografía. Un pedazo de papel, una imagen en una pantalla… es algo tan                  simple y a la vez tan complejo. Sentimientos tan profundos se pueden llegar a lograr viendo una fotografía…
Fotografía... Una de mis grandes pasiones y algo que me hace pensar mucho. Me gusta sacarle fotos a todo para tenerlo como recuerdo, porque cada foto para mí es la muestra de algunos de mis sentimientos…
Fotos… ¿son simples imágenes o hay algo más tras ellas? ¿O quizás el misterio esté tras el fotógrafo?


Firmado: Paloma García Villar
Vigo, Pontevedra

lunes, 13 de junio de 2011

Crisis

Son las 02:55 de la mañana y aquí estoy yo, sentada frente al ordenador... No puedo dormir, miles de pensamientos y perturbaciones me rondan la mente. No puedo estar tranquila ni un segundo porque en cuanto me descuido y me quedo pensando, distraída de todo... algo me hace volver al mundo, una sombra minúscula y negra me hace volver de mis más profundos pensamientos.

Me estoy volviendo paranoica entre la sombra y la crisis de identidad en la que me encuentro sumergida. Cada vez que intento recapacitar sobre si lo que estoy pasando es realmente una crisis o no... De nuevo la sombra vuelve al acecho. No sé qué me pasa. Estoy aturdida y confusa. No sé que quiero hacer, no sé si quiero seguir con este camino, no sé si este es mi verdadero estilo de vida, no sé qué hacer conmigo... No sé qué camino seguir. Dudo de todo, hasta de mi propio estilo. Algo que hasta hace muy poco tenía completamente claro cuál era. Busco mi identidad... la forma de vida y el estilo en el que realmente me sienta cómoda. Dudo... dudo de si la escritura es realmente el camino que debo seguir, dudo si continuar con mi novela... dudo. Dudo de mis sueños, de mi forma de vivir... dudo de todo.

No sé quién soy, no sé si esto es lo que debo hacer. Pero tengo claro que hay algo que me hace sentir incómoda. Tengo que cambiar mi estilo y mi forma de vivir a uno con el que realmente me identifique. ¿Me he estado engañando a mí misma durante  todo este tiempo? ¿O simplemente es otro cambio más dentro de mi madurez como persona? Quizá esté obligada a plantearme estas preguntas, quizá esto me haga crecer como persona.

No lo sé... Lo cierto es que ya son las 03:04 de la mañana y en estos momentos tengo muy pocas cosas claras. Sólo tengo claro el amor que siento, tengo claro las personas que quiero mantener a mi lado tome la decisión que tome y creo que, comienzo a tener claro cuál es el estilo con el que realmente me sentiré a gusto. Pero todo será complicado... Será una búsqueda de mi misma y un cambio de vida difícil.

Algunas cosas empiezan a verse claras ya... pero... sigo dudando de algo... ¿realmente la escritura es mi camino? ¿Debo permanecer en él y recorrerlo hasta el final, me lleve a donde me lleve?

Dudas... Preguntas con respuesta... Preguntas sin respuesta... Buscar sin saber el qué... Debo buscar en mi interior y encontrarme a mí misma....

Sigue aquí... esa sombra minúscula sigue trayéndome de vuelta cada vez que me absorben mis más profundos pensamientos... Sigue correteando por delante de mí...


Firmado: Paloma García Villar
Desde su habitación, desde su cueva, de su rincón, del lugar en el que se sumerge en si misma... Desde Vigo, Pontevedra

domingo, 12 de junio de 2011

Sinopsis De La Que Será Mi Primera Novela

Todo comenzó como un juego. Un simple juego de cartas al que cualquier adolescente podría aficionarse. Lo que jamás podrían haber imaginado era que acabarían siendo absorbidos por aquellas cartas. Ángel y Amanda fueron transportados a otro mundo, algo que les cambiaría completamente la vida…

Firmado: Paloma García Villar
Vigo, Pontevedra

viernes, 3 de junio de 2011

De Una Desgracia Nace Un Artista

Quiero llegar a ser una gran escritora, pero a veces me paro a pensar de que casi todos los grandes artistas, escritores (etc) han sufrido alguna desgracia en su vida.

Por ejemplo:

Vicent Van Gogh se cortó una oreja y se la envió a una mujer que amaba como símbolo de amor y a la edad de treinta y siete años, mientras paseaba por el campo, con un revólver se disparó un tiro en el pecho. No se dio cuenta de que su herida era mortal y volvió a la pensión Ravoux, donde murió en su cama dos días después, en brazos de su hermano.

Miguel De Cervantes fue condenado en Madrid a arresto y amputación de la mano derecha por herir a un tal Antonio de Segura.

Farinelli fue castrado cuando era un niño para preservar su voz de soprano en la edad adulta, aunque también se baraja que su castración fuese una necesidad médica después de sufrir un accidente con un caballo.

Edgar Allan Poe perdió a sus padres y fue adoptado por otra familia. Perdió a su hermano y a su esposa, los dos a causa de tuberculosis.

Y así un sin fin de grandes genios de esta vida que han sufrido y que en sus obras han retransmitido todo el dolor vivido. Después de tanto pensar en esto... me pregunto... ¿cuál es mi desgracia? Quizá por ello jamás llegue a ser como alguno de ellos...



Firmado: Paloma García Villar
Vigo, Pontevedra