viernes, 20 de enero de 2012

Amor En La Guillotina

Arrodillado ante miles de personas me encuentro, con la cabeza apoyada en la parte inferior de una guillotina esperando a que de la parte superior caiga una cuchilla que separe mi cabeza de mi cuerpo. Toda la ciudad ha venido a ver mi ejecución y esperan impacientes. Quieren ver mi cabeza caer y verme de ese modo condenado por un crimen que ni siquiera cometí. Pero eso no les importa, sólo quieren ver sangre y violencia. Estoy seguro de que muchos estarían gustosos de matarme a palos si el rey les dejase, pero deben conformarse con ver cómo me cortan la cabeza. Mi verdugo, el que dictó mi sentencia sin antes escuchar mi testimonio también a acudido gustoso a ver mi ejecución. Desde su trono el rey espera ansioso a que el verdugo haga funcionar el aparato que acaba con mi vida.
Cada segundo se convierte en una eternidad estando ahí arrodillado esperando tu sentencia de muerte sin poder hacer nada por evitarlo. Pero a veces hay gente realmente noble que te salva la vida. Allí, cuando estaba a punto de caer aquella enorme cuchilla sobre mi cuello, apareció ella. Ante todo el pueblo y ante la atenta furiosa mirada de su padre apareció gritando:
-      ¡Alto! ¡Detengan esta ejecución! ¡Es un error! –
Todos los ciudadanos observaron anonadados a la princesa. Nadie podía creer lo que la muchacha estaba haciendo. Su padre la miraba totalmente enojado y tras tragar saliva dijo:
-      ¡Hija! ¿Cómo puedes querer detener la ejecución de tu propio agresor? –
-      Esa es tu sentencia. Pero este hombre… ¡No es mi agresor! Mi agresor se encuentra entre vosotros – dijo la princesa observando a todos los presentes – Padre, mi agresor está justo a tu lado – finalizó la joven señalando con el dedo a la dirección dónde el rey se encontraba.
-      Pero cariño, éste es Dein, tu marido. Él no pudo agredirte – afirmó el hombre pasando su brazo sobre el hombro de su querido yerno.
-      Yo no quiero a ese hombre. Padre, me obligaste a casarme con él e ignoraste mis súplicas y mis llantos. Dein es mi agresor. Por favor, déjame contar cómo es en realidad la historia – rogó la hija del rey.
-      Está bien, te escuchamos. –
La princesa comenzó a narrar la historia mientras yo continuaba arrodillado bajo la guillotina. Pero ya no me importaba estar allí, sólo quería que se conociese la verdad y sabía que Laia la contaría. Ella sería mi defensora.
-      Queridos ciudadanos, hoy vais a conocer la verdad. Todo dio comienzo el día que mi padre sin contar conmigo comenzó a organizar esta farsa de matrimonio con Dein. Yo, Laia, su única hija, supliqué que lo detuviese todo. Pero no hizo caso. Mi padre estaba tan maravillado con los dotes de guerrero y de líder de Dein que ignoraba a su hija. La boda se llevó a cabo y me casé obligada con ese hombre. Entonces… Fue cuando todo este infierno dio comienzo. Esa misma noche Dein me obligó a acostarme con él a base de golpes y amenazas. Cada día me propinaba golpes si no hacía lo que él quería. Y… El único que se dio cuenta de todo mi sufrimiento no fue mi padre, no… El único que se dio cuenta fue ese hombre que se encuentra ahí arrodillado – dijo Laia mientras me señalaba y prosiguió – Nuestro bufón, bueno… ¡el bufón de mi padre! Fue el hombre que me dio consuelo cada mañana después de cada paliza mientras mi padre continuaba ignorándolo todo. Ese hombre curó todas mis heridas… Y no sólo las físicas. ¡Me enamoré! Sí, yo la princesa Laia, me enamoré del bufón Yuel. –
-      ¡Hija! ¡Dime que eso no es cierto! –la interrumpió su padre levantándose de un salto de su asiento.
-      Es cierto padre. Yuel y yo comenzamos un romance. Dein se enteró  y me propinó una brutal paliza. Yuel apareció más tarde en mi cuarto y me encontró magullada. Padre, cuando nos viste… Lo único malo que estaba haciendo Yuel era acariciarme y consolarme. Pro tú, sin dejar que nos explicásemos, decidiste que todas aquellas heridas la había hecho él. –
-      ¡Bufón! ¿Es eso cierto? – me gritó el rey.
-      ¡Padre! ¿No te fías de la palabra de tu única hija? Amo a ése al que tu llamas bufón y la persona que debería estar ahí de rodillas debería ser Dein – gritó la princesa ofendida y sin darme tiempo a responder.
-      Te creo, hija… ¡Guardias! Lleven a Dein a junto del verdugo y suelten a ese hombre inocente – ordenó el padre de Laia.
Los guardias hicieron lo mandado. Cogieron a Dein, le ataron las manos a la cintura y lo bajaron hasta el lugar donde todavía me encontraba arrodillado. El verdugo agarró a Dein y los guardas me dejaron libre. Por fin pude ponerme de pie y dirigirme junto a la persona que me acababa de salvar la vida.
Ahora era yo el que se encontraba viendo una ejecución. Y la verdad es que quería ver rodar la cabeza de aquel hombre que había estado maltratando a mi amada.

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