lunes, 28 de mayo de 2012

Envenenada Con Palabras


“Te mereces todo cuanto te está pasando. No vales nada y te mereces que tu novio haya muerto. Y te mereces que te hayan violado. A ver si así te das cuenta de lo patética que eres y de lo que haces. No eres la buena persona que te piensas, eres mala y la gente sólo te utiliza. Te mereces todo el sufrimiento que tienes y más”. Esas fueron las crueles palabras que salieron de Gael, el hermano de Ariadna y las cuales no paraban de repetirse una y otra vez ahora en su mente. Ella no comprendía nada. No entendía por qué su hermano mayor, ese al que en el fondo tanto apreciaba, le había escupido tanto veneno sin haber hecho nada para recibirlo. 

No podía dejar de pensar en aquello, en el momento en el que aquellas sanguinarias palabras habían llegado hasta sus oídos. Le había dolido. No sólo le hizo daño por el significado que aquello tenía, sino por todos los dolorosos recuerdos que con ello habían regresado. Las imágenes de aquellos dos sucesos mencionados no dejaban de aparecer una y otra vez. Ariadna volvía a vivir aquellos momentos cada vez que volvían a su cabeza. Volvía al momento en el que un mensaje en su teléfono móvil le anunciaba que su novio, aquel al que tantos años había estado unida, había muerto. Volvía a sentir todo el dolor de aquel instante, las visitas al tanatorio, el entierro, las visitas a su tumba envuelta en llantos, la desesperación por volver a tenerle una vez más…  Y cuando aquel recuerdo parecía acabarse, otro empezaba. Ariadna recordaba la mañana en la que iba a comprar el pan, feliz porque su padre al regresar a casa la llevaría a una fiesta histórica. Recordaba el momento en el que al pasar por el callejón alguien la cogió, la inmovilizó y le puso una navaja al cuello. Recordaba las amenazas, el frío de la afilada hoja de la navaja, el caliente aliento de aquel que la retenía. La joven volvió a vivir aquella violación, volvió a sentir como la desnudaban y como abusaban de ella sin poder hacer nada. Cada recuerdo, cada imagen en su cabeza era como revivir el pasado y todo aquello había sido provocado por las palabras que Gael le había dicho. 

La joven no podía dejar de llorar, las lágrimas cada vez eran más y mojaban su rostro triste y dolorido. Su respiración fue siendo cada vez más acelerada, le costaba respirar con normalidad. Un fuerte dolor en el pecho comenzó a surgir y con él los llantos aumentaron. Sufría. Sufría una y otra vez reviviendo en su mente aquellos momentos. Sufría pensando que tal vez su hermano tuviese razón y creyendo que todo aquello se lo merecía, que era el castigo de la vida por algo que había hecho mal. Aquellas palabras la habían envenenado y ahora estaba viviendo los efectos de aquel veneno escupido por su alguien de su propia sangre. 

Pensamientos horribles empezaron a nacer en la mente de Ariadna. Pensamientos que ya habían estado en ella en varias ocasiones. Una vez más comenzó a pensar que quitarse la vida sería lo correcto y sabía que esta vez nada lo impediría. En anteriores ocasiones su hermano la había salvado y había evitado que sus intentos de suicidio tuviesen éxito. Pero ahora sabía que Gael ya no lo impediría. Si realmente pensaba todo cuanto le había dicho la dejaría morir, la dejaría sufrir. Ella pensaba que aquello sería lo correcto. Debía quitarse la vida o eso creía.

Entre llantos y dolor cogió unas tijeras de un bote metálico que había sobre el escritorio de su dormitorio. Se sentó en la cama con las tijeras cogidas con ambas manos. Las sostuvo ante ella agarrándolas con fuerza. Comenzó a llorar con mayor intensidad. Miró al techo y en voz alta dijo: “Cariño, me reuniré contigo”. Tras finalizar la frase, Ariadna con un fuerte golpe seco se clavó las tijeras en el estómago. Gritó. La sangre comenzó a impregnar su vestido verde. Soltó las tijeras que quedaron clavadas en ella y calló sobre la cama. Agonizó. Lloró. Balbuceó. Jadeó. Incluso intentó pronunciar alguna palabra, pero la sangre salía con rapidez y en poco tiempo la muchacha perdió el conocimiento. Más tarde, perdió la vida.

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