martes, 14 de septiembre de 2010

Ángel Caído

Me encontraba en  una importante misión cuando de pronto ante mí vi caer algo del cielo. Me quedé totalmente paralizado, estaba confuso, no sabía que acababa de ocurrir. Me acerqué por fin al lugar donde había caído aquel objeto. Había mucho humo. El impacto del objeto caído del cielo contra el suelo fue como el impacto de una bomba. En el lugar había un enorme agujero y en el medio se encontraba el objeto caído. Nunca había visto nada parecido. No era un objeto sino un ser. Era una joven pálida, con los cabellos dorados, sus ropajes eran largos y blancos, semejaban a los de una princesa y detrás había algo que parecían ser alas. Alas, era imposible que aquello fuesen alas. Pero allí estaban, de su espalda salían dos enormes, bellas y blancas alas. Aquella joven semejaba ser un ángel. Alucinaba. Estaba seguro de que tanto tiempo combatiendo en la guerra me había hecho sufrir alucinaciones y por eso me encontraba allí de pie viendo aquello. Quizá el cansancio, el impacto de haber perdido a todos mis compañeros de batalla sin poder hacer nada era lo que me estaba provocando tal imagen. Sólo era fruto de mi imaginación, no podía ser real. Me encontraba tan sumergido en aquellos pensamientos que no me había dado cuenta de que aquella hermosa criatura estaba hablando mientras agonizaba. Cuando percibí sus llantos me acerqué a ella estando totalmente seguro de que cuando intentase tocarla desparecería. Me arrodillé ante ella y la observé con detenimiento. Estaba herida. Una de sus alas se había roto y tenía graves lesiones en los brazos y las piernas. La toqué. Podía hacerlo, era real. No podía ser una alucinación porque la estaba tocando. Me miró a los ojos. Su mirada era preciosa. Me estaba observando con aquellos hermosos ojos azules que contenían un brillo especial y que estaban inundando en lágrimas. Pensé durante un momento. No conseguía poner en orden mis ideas. No lograba aceptar lo que me estaba sucediendo. Un ángel se había caído del cielo y ahora se encontraba ante mí, observándome.
De pronto se oyó una explosión muy cercana. El enemigo se estaba acercando. Debía esconder a aquella hermosa criatura y luchar, pero no podía hacer aquello sólo. Mis compañeros habían fallecido todos en combate y ahora me encontraba sólo luchando contra cientos de enemigos. Era una muerte segura, pero tenía que hacer todo lo posible para poner a salvo a aquella criatura y para eso debería esconderme y no luchar o moriría. La cogí en brazos con dificultad, pues sus alas hacían complicada aquella tarea, y me adentré con ella en el bosque. Tenía que despistar al enemigo y llevar a aquel ángel a territorio aliado, solamente allí podría estar a salvo. Pensé con rapidez y recordé que nos encontrábamos cerca de un pueblo aliado. Sin dudarlo ni un minuto me puse en camino a aquel lugar, pero no contaba con lo que iba a suceder.
Cuando apenas había salido del bosque me vi rodeado por enemigos. Me la quitaron, me la robaron de los brazos y se la llevaron. Me quedé luchando contra ellos, pero eran demasiados. Huí, era lo más cobarde que podía hacer, pero si quería rescatarla debía sobrevivir. Huí y pude llegar a territorio amigo. Mi cuerpo estaba totalmente ensangrentado. Todavía quedaba gente viva en aquel pequeño pueblo. El enemigo no había arrasado con él por completo. Unas ancianas me acogieron en su casa y curaron todas mis heridas. Una vez curado decidí que debía entrenarme y hacerme con un ejército que me ayudase en el rescate de mi ángel. Tenía que salvar a aquella criatura como fuese. No sabía por qué, pero algo dentro de mí me decía que debía rescatarla.
Durante meses me entrené y recluté a gente de aquel pueblo que estuviese dispuesta a luchar contra el enemigo sin importarle la causa. Ya tenía a mi ejército de quince chicos de aquel pueblo y yo me encontraba en mejor forma que nunca. Así que partimos una mañana muy temprano y nos dirigimos a territorio enemigo. Mi ejército sabía que se enfrentaban a una muerte segura, pero no les importaba. No conocían el motivo por el que les llevaba a esa guerra, pero veían en mí que lo hacía por una causa justa.
Conseguimos llegar a territorio enemigo sin apenas problemas. Nos adentramos en su territorio y empezó la sangrienta batalla. Mis hombres luchaban con todas sus fuerzas, pero ellos nos ganaban en número. Mientras se sembraba el caos yo me dispuse a buscar a mi pequeña criatura del cielo. Abrí casas, destrocé habitaciones y no la encontraba. La esperanza de que continuase viva comenzaba a desaparecer cuando de pronto vi una casa que estaba custodiada por más de diez soldados enemigos. Tenía que enfrentarme a ellos y tendría que hacerlo sólo. Mi ejército luchaba con toda su ira y habían logrado derrotar a más de la mitad de nuestros enemigos. Ahora nosotros les ganábamos en número. Empuñé mi espada y me dirigí a la casa custodiada. Me enfrenté sólo a más de diez enemigos y gané. Los atravesé a todos con mi espada. No comprendía de donde había sacado tanta fuerza, pero me sentía más fuerte que nunca y estaba dispuesto a emplear toda esa fuerza para rescatarla. Entré en la casa y allí estaba ella. Estaba arrodillada en el suelo con los ojos vendados y con las manos atadas a la pared. Me acerqué a ella y le dije que la sacaría de allí, que todo saldría bien. Comenzó a llorar, pero sus lágrimas era distintas. Lloraba sangre. Le quité la venda y entonces comprendí. La había torturado y le habían arrancado los ojos, pero eso no era todo, también le habían arrancado las alas. Enfurecí. La irá brotó por todas mis venas y salió de mi boca en forma de gruñido. No podía permitir aquello. Merecían pagar por todo lo que le había hecho. La desaté de la pared y la cogí en brazos. Salí con ella de la casa y fuera mis hombres ya habían dado fin a la batalla. Habíamos acabado con todos nuestros enemigos. Regresamos al pueblo y una vez allí las ancianas que me habían curado a mí una vez, curaban ahora a todos mis hombres y también a aquella hermosura de ser. Mi pequeño ángel no dejaba de llorar sangre. En una ocasión una de sus lágrimas de sangre calló en mi mano herida y el efecto que causó fue sorprendente. Mi herida había cicatrizado y había desaparecido. Su sangre me había curado como por arte de magia. Miré a las ancianas y solamente con el brillo de mis ojos comprendieron lo que les estaba diciendo. Si la sangre de aquel ángel había curado mi herida quizá curaría también sus propias heridas. Así fue. La sangre esparcida por todas sus heridas causó el mismo efecto que en mi mano. Curó sus manos, sus piernas, le devolvió sus ojos y curó su espalda. La magia de su curativa sangre le devolvió sus ojos pero no sus alas. Su espalda ahora era completamente lisa, como la mía. En ella no quedaba ninguna señal de que antes allí había alas.
Una vez curada, ella decidió proporcionarnos más sangre para sanar a todos aquellos hombres que habían colaborado en su rescate. Ayudó a curar a todos los heridos. A pesar de que ya no poseía sus alas en ella todavía quedaba algo que me hacía verla como a un ángel. Nunca comprendí si realmente en su espalda alguna vez hubo alas o si eso había sido una alucinación causada por tanto combate. Jamás me atreví a preguntárselo. Siempre permaneceré con esa duda, aunque quizá si sigue viviendo aquí se lo pregunte algún día.

Escrito por: Paloma García Villar
Vigo (Pontevedra)

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