lunes, 27 de septiembre de 2010

Otra Oportunidad

Para ella fue una bendición, como un milagro, como un deseo cumplido, como un sueño hecho realidad. Milagrosamente se había quedado embarazada. Un año más tarde de que su médico le dijese que jamás podría tener hijos, lo había logrado. Iba a tener un hijo propio, sangre de su sangre. Pasaron los nueve meses y nació una pequeña y dulce niña preciosa. Su madre la adoraba y la cuidaba con mucha dulzura. Pero un día algo trágico sucedió.
Una noche ella se despertó para ir al baño, pero antes  decidió ir a ver a su hija para comprobar que dormía plácidamente. Cuando entró en la habitación y se acercó a la cuna, donde descansaba el bebé de apenas  3 meses, se dio cuenta. La criatura no  respiraba. Rápidamente la cogió y pudo comprobarlo con total certeza. Aquel pequeño ser había perdido la vida. Llamó a una ambulancia a pesar de que ya no  se podía hacer nada por la niña. Los médicos llegaron y confirmaron lo que ella ya había confirmado minutos antes. Se llevaron ese pequeño cuerpo y ella se quedó tirada en el suelo de su casa envuelta en lágrimas y con el corazón totalmente roto. No podía dejar de llorar. Acababa de perder a lo que más quería en el mundo. Había perdido a su única hija, al único ser sangre de su sangre. No comprendía como el dios, al que tanto adoraba, había sido capaz de arrancarle de las manos a su mayor tesoro.
Los días pasaron y ella continuaba llorando. Se pasaba las horas en la habitación, que había  sido del bebé, abrazada a una muñeca que había pertenecido a su dulce hija. Con el tiempo la locura se apoderó de ella e hizo que empezase a creer que aquella muñeca era su hija. Había perdido completamente la cabeza y trataba a aquel pedazo de plástico igual que a un ser vivo. Fingía darle de comer, hablaba con la muñeca, la llama igual que a su hija, decía oírla llorar, le cambiaba los pañales y salía con ella a la calle. La paseaba en el carro de bebé que había comprado para su verdadera hija.
Un día salió a la calle con el carrito de bebé que contenía a la muñeca dentro. Como cada tarde llevó a la que ella creía que era su hija al parque. La colocó el un columpió y jugó con ella durante horas. Mientras balanceaba a aquel juguete, escuchó unos llantos tras un árbol cercano. De pronto olvidó a su pequeña muñeca en aquel columpió y se dirigió al lugar de donde procedía aquel triste sonido. Miró tras el árbol y se sorprendió. Tumbado en el suelo, al pie de aquel roble se encontraba un bebé, envuelto en una manta y sin dejar de llorar. Lo cogió en brazos y rápidamente se fue con él al hospital más cercano. Pidió ayuda a un médico y esperó hasta que comprobaron que aquella criatura del señor estaba en buen estado y sin ningún problema de salud. Mientras esperaba en la sala del hospital, recobró la cordura y se dio cuenta de que el ser al que había estado columpiando tan sólo era un muñeco y por fin admitió que su hija había muerto. Pero otro milagro le había sucedido, se había encontrado un bebé abandonado y haría todo lo posible para conseguir ser su madre legal. El médico le entregó al niño, un niño de apenas 1 mes de edad. Se lo llevó a casa y allí lo cuidó. Ella hizo todo lo necesario para hacerse con la custodia de aquella criatura. No era sangre de su sangre, pero ahora volvía a ser madre y lo trataría como si ella misma lo hubiese parido. Si su dios le brindaba esa oportunidad de nuevo, no podía volver a fallar. No podía permitir perder una vez más a un hijo.
El tiempo ha pasado y ella ya es una pobre anciana que goza de buena salud y de un hijo de 33 años que la cuida. No perdió al niño y consiguió criarlo ella sola. Ahora es él el que cuida de ella y el que agradece a Dios que su madre lo encontrase al pie de aquel roble. Milagrosamente el señor brindó otra oportunidad a una joven madre que había caído en la locura por perder a su hija.

Escrito por: Paloma García Villar
Vigo (Pontevedra)

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