martes, 14 de septiembre de 2010

El Nombre (Parte III)

Eran las nueves de la mañana y Leo se había escapado de casa. Se encontraba con su novia en el coche de su padre, un BMW de color azul. Habían decidido irse a las montañas sin que nadie los supiese. No querían que nadie les molestase, querían estar solos.
Era invierno y el sol a penas había salido. El bosque al que se dirigían estaba muy oscuro. A los lados del camino por el que iban, había agua a unos cinco metros más abajo. Ángela y Leo hablaban tranquilamente mientras él conducía por aquel tétrico sendero. Ángela era una joven de diecinueve años, tenía el pelo largo, liso y de color negro, sus ojos eran azules como el zafiro, su piel era morena y medía aproximadamente un metro sesenta. Leo tenía la misma edad, su piel era pálida, su pelo largo, ondulado y rubio como el oro, sus ojos eran verdes cual esmeralda y medía un metro noventa.
La pareja continuaba hablando cuando un cuervo chocó contra el cristal delantero del coche. El impacto provocó que Leo perdiese el control del vehículo.  Por el lado izquierdo del camino ambos se sumergieron en el agua junto con el coche.
Ángela observó a su alrededor y sólo veía agua. Miró al asiento del piloto y estaba vacío. Leo había logrado salir. Con dificultad ella desabrochó el cinturón de seguridad, abrió la puerta u nadó hasta la superficie. Tomó aire y gritó.
-          ¡Leo! ¡Leonardo! ¿Dónde estás? –
No hubo respuesta. Asustada buscó con la mirada superficie terrestres. No podía quedarse en el agua. No hubo suerte. A su alrededor tan sólo había agua. Continuó buscando, pero una voz interrumpió la búsqueda.
-          ¡Ángela! ¡Aquí! –
Miró hacia el camino y vio a una figura que le hacía señas. Era Leo, su novio.
-          ¡Cariño! ¡Nada hasta aquí! ¡Hay un pequeño paso por el que podrás subir! –
La joven nadó hasta el lugar que él, mediante gestos, le había indicado. Subió por un pequeño paso y llegó al camino, donde Leo la esperaba. Se abrazaron.
-          Leo, ¿qué es lo que ha pasado? –
-          No lo sé. Un pájaro impactó contra nosotros y perdí el control. Deberíamos regresar a casa. –
Ángela asintió y comenzaron a caminar. Vagaron durante horas por aquel oscuro lugar. Todos sus esfuerzos por regresar a casa resultaron en vano. Tuvieron que parar. La ropa mojada les estaba provocando un frío mortal. Ambos temblaban si parar. Se sentaron a uno de los lados del camino y se abrazaron en un intento de entrar en calor. No sirvió de nada. Ángela y Leonardo murieron de una hipotermia.
Un coche pasó por el camino del bosque. A un lado del sendero había algo. El vehículo paró. Sus ocupantes salieron de él y se encontraron con una siniestra imagen. Sentados en el suelo había dos cuerpos abrazados, junto a ellos un extraño cuervo. Aquel pájaro de plumaje negro tenía en una de sus alas un dibujo. Una calavera.
Ángela abrió los ojos. Lo primero que vio fue un rostro. Un chico de pelo dorado y ojos verdes. Era Leo, su novio. La joven se sentó en la cama y lo abrazó. Miró a su alrededor, estaba en el hospital.
-          Leo, ¿qué ha pasado? ¿Qué hago en el hospital? –
-          Verás, llevas un mes en coma. Tuviste un accidente. Te caíste por las escaleras del instituto y te golpeaste fuertemente la cabeza. –
-          No recuerdo nada de eso… -
Un ruido se oyó en la ventana de la habitación. Ángela miró y allí estaba. Posado en la ventana se encontraba un cuervo con una calavera dibujada en una de sus alas. “Es una advertencia”, pensó Ángela.

Escrito por: Paloma García Villar
Vigo (Pontevedra)

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